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atamans de los koureni, hab�an resuelto marchar di-
rectamente contra Polonia, para vengar todas sus
ofensas, la humillación de la religión y de la gloria
cosaca, para recoger bot�n en las ciudades enemi-
gas, incendiar los villorrios y las mieses, y hacer, en
fin, resonar la estepa con el ruido de sus hechos.
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NI C OL AS GOGOL
Todos se armaban. Respecto al kochevoi hab�a cre-
cido un palmo; ya no era el t�mido servidor de los
caprichos de un pueblo entregado a la licencia, si-
no un jefe cuyo poder no ten�a l�mites, un d�spota
que sólo sab�a mandar y hacerse obedecer. Todos
los caballeros camorristas y voluntarios permane-
c�an inmóviles en las filas, con la cabeza respetuo-
samente inclinada sobre el pecho, y sin atreverse a
levantar los ojos, mientras el kochevoi distribu�a sus
ordenes con lentitud, sin cólera, sin alzar la voz,
como un jefe envejecido en el ejercicio del poder, y
que no ejecuta por primera vez proyectos largo
tiempo meditados.
-Procuren que no les falte nada -les dec�a- pre-
paren los carros, prueben las armas; no lleven mu-
cha impedimenta: Una camisa y un par de
pantalones para cada cosaco, con un bote de
manteca y de cebada machacada. Que nadie lleve
m�s de lo dicho. En los bagajes habr� efectos y
provisiones. Que cada cosaco lleve un par de caba-
llos. Es menester tomar tambi�n doscientos pares
de bueyes; ser�n de mucha utilidad en los sitios
pantanosos y para pasar los r�os. Pero sobre todo,
orden, se�ores, mucho orden. Yo s� que hay gente
entre ustedes que, si Dios les env�a bot�n, se po-
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T A R A S B U L B A
nen a desgarrar las telas de seda para hacerse me-
dias con ellas. Abandonen esta endiablada cos-
tumbre; no se carguen de sayas; tomen solamente
armas, cuando sean buenas, o los ducados y la pla-
ta, pues eso ocupa poco sitio y sirve en todas par-
tes. Todav�a me falta decirles una cosa, se�ores: si
alguno de ustedes se embriaga en la guerra, no le
har� juzgar; le har� arrastrar como un perro hasta
los carros, aunque sea el mejor cosaco del ej�rcito;
y all� ser� fusilado y abandonado su cuerpo a los
cuervos: un borracho en la guerra no es digno de
sepultura cristiana. Jóvenes, en todas las cosas es-
cuchen a los ancianos. Si una bala les hiere, o reci-
ben un sablazo en la cabeza o en cualquier otra
parte, no den a ello importancia alguna; echen un
cartucho de pólvora en un vaso de aguardiente,
b�banlo de un trago, y todo pasar�. Ni siquiera
tendr�n fiebre. Y si la herida no es demasiado pro-
funda, despu�s de humedecer en la mano un poco
de tierra con saliva, apl�quenla a ella. Ea, mucha-
chos, manos a la obra aprisa, pero sin atropello.
As� habló el kochevoi, y, concluido su discurso,
todos los cosacos se pusieron a trabajar. Toda la
setch se volvió sobria; no se hubiera podido encon-
trar en ella un solo borracho, como si nunca se
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NI C OL AS GOGOL
hubiese hallado uno entre los cosacos. Los unos
reparaban las ruedas o cambiaban los ejes de los
carros; los otros amontonaban armas o sacos de
provisiones, otros conduc�an los caballos y los
bueyes. En todas partes resonaba el pataleo de las
ac�milas, el ruido de los arcabuzazos disparados al
blanco, el choque de los sables contra las espuelas,
los mugidos de los bueyes, el rechinamiento de los
carros cargados, y la voz de los hombres hablando
entre s� o excitando a sus caballos.
Pronto, el tabor23 de los cosacos se extendió en
una larga fila, marchando hacia la llanura. El que,
hubiese querido recorrer de extremo a extremo
toda la l�nea del convoy hubiera tenido mucho que
correr. En la capilla de madera, el pope24 recitaba la
oración de partida; rociaba a la multitud con agua
bendita, y todos al pasar iban a adorar la cruz.
Cuando el tabor se puso en movimiento alej�ndose
de la setch, todos los cosacos se volvieron:
-�Adiós, madre nuestra -dec�an a una sola voz-
que Dios te guarde de toda desgracia!
Al atravesar el arrabal, Taras Bulba vio a su ju-
d�o Yankel que hab�a tenido tiempo de es-
23
Campamento movible, caravana armada.
24
Nombre que dan en Rusia, al sacerdote de rito griego.
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T A R A S B U L B A
tablecerse en una tienda, y que vend�a pedernal,
tornillos, pólvora, y toda clase de �tiles para la gue-
rra, hasta pan y khalatchis25.
-�Diablo de jud�o! -pensó Taras; y acerc�ndose
a �l le dijo: -�Qu� haces aqu�, loco? �Quieres que se
te mate como a un gorrión?
El jud�o, por toda respuesta, fue a su en-
cuentro, y haciendo se�a con ambas manos, y
como si tuviese algo misterioso que declararle, le
dijo:
-Calle vuestra se�or�a, y no diga nada a nadie.
Entre los carros del ej�rcito, hay uno que me per-
tenece. Llevo toda clase de provisiones buenas pa-
ra los cosacos, y por el camino, se las vender� a un
precio tan barato, como nunca ning�n jud�o las
haya vendido, ante Dios, ante Dios.
Taras Bulba encogióse de hombros viendo
hasta dónde llegaba el poder de la naturaleza jud�a,
y se reunió al tabor.
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Panes de candeal puro.
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V
Bien pronto el terror invadió toda la parte su-
deste de Polonia. Por todas partes se o�a repetir:
��Los zaporogos, los zaporogos llegan� Y todos
los que pod�an huir, hu�an abandonando sus hoga- [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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