Herodoto_de_Halicarnaso Los_Nueve_Libros_De_La_Historia_IX 

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raron fortificar y guarnecer lo mejor que pudieron sus trincheras y
baluartes. Llegan después los Lacedemonios, y emprenden con todo
empeño el ataque del fuerte; pero hasta que llegaron los Atenienses en
su ayuda, los Persas rebatían el asalto, de modo que los Lacedemonios,
no acostumbrados a sitios ni toma de plazas, llevaban la peor parte en
la acción. Venidos ya los Atenienses, dióse el asalto con mayor empe-
ño y ardor, y si bien no duró poco tiempo la resistencia del enemigo,
por fin ellos con su valor y constancia asaltaron el fuerte, y subidos en
él y arruinando las trincheras abrieron paso a los Griegos. Los primeros
que por la brecha penetraron en los reales fueron los de Tegea, los que
acudieron luego a saquear el pabellón de Mardonio, de donde entre
otros muchos despojos sacaron aquel pesebre todo de bronce que allí
tenía para sus caballos, pieza realmente digna de verse. Este pesebre
fue posteriormente dedicado por los Tegeanos en el templo de Minerva
Atea, si bien todo lo demás que en dicha tienda había lo reservaron
para el botín común de los Griegos. Abierta una vez la brecha y derri-
bado el fuerte, no volvieron ya a rehacerse ni formarse en escuadrón
los bárbaros, entre quienes nadie se acordó de vender cara su vida.
Aturdidos allí todos y como fuera de sí, viéndose tantos millares de
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Los nueve libros de la historia donde los libros son gratis
hombres encerrados como en un corral de madera o en un estrecho
matadero, no pensaban en defenderse, y se dejaban matar por los Grie-
gos con tanta impunidad, que de 300.000 hombres, a excepción de los
40.000 con quienes huía Artabazo, no llegaron a 3.000 los que escapa-
ron con vida. Los muertos en el ejército griego fueron: entre los Lace-
demonios 91 Espartanos, 16 entre los Tegeanos y 52 entre los Ate-
nienses18.
LXXI. Por lo que mira a los bárbaros, los que mejor se portaron
aquel día fueron: en la infantería los Persas, los Sacas en la caballería,
y Mardonio entre todos los combatientes. Entre los Griegos, por más
prodigios de valor que hicieron los Atenienses y los Tegeanos, con
todo, se llevaron la merecida palma los Lacedemonios. No tengo de
ello ni quiero más prueba que la que voy a dar: bien veo que todos los
Griegos mencionados vencieron a los enemigos que delante se les
pusieron; pero noto que haciendo frente a los Lacedemonios lo más
robusto y florido del ejército enemigo19, ellos sin embargo lo postraron
en el suelo. De todos los Lacedemonios, el que en mi concepto hizo
mayores prodigios de valor fue Aristodemo, aquel, digo, que por haber
vuelto vivo de Termópilas incurrió en la censura y nota pública de
infamia; después del cual merecieron el segundo lugar en bravura y
esfuerzo Posidonio y Filocion y el Espartano Amomfareto. Verdad es
que hablando en un corrillo ciertos Espartanos sobre cuál de éstos que
acabo de mencionar se había portado mejor en la batalla, fueron de
sentir que Aristodemo, arrastrado a la muerte para borrar la infamia de
cobarde con que se veía notado; al hacer allí proezas y prodigios de
valor, no obró en ello sino como un valentón temerario que ni podía ni
quería contenerse en su puesto, mientras que Posidonio, sin estar reñi-
do con su misma vida, se había portado como un héroe; motivo por el
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Reprende también Plutarco al autor por no nombrar los difuntos de las otras
ciudades griegas, y pretende que los Griegos muertos en defensa de la libertad
de la patria ancendieran a 1.840.
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Alguna consideración merece con todo el que las tropas opuestas a los La-
cedemonios eran bárbaras y persianas, miéntras que las que resistían a los
Atenienses eran griegas y tebanas
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cual debía ser éste tenido por mejor y más valiente guerrero que Aris-
todemo. Pero mucho temo que el voto del corrillo no iba libre de envi-
dia. Lo cierto es que todos los que mencioné que habían muerto en la
batalla fueron honrados públicamente por el Estado, no habiéndolo
sido Aristodemo a causa de haber combatido por desesperación, que-
riendo borrar la infamia con su misma sangre.
LXXII. Estos fueron los campeones más nombrados de Platea. No
encuentro entre ellos a Calícrates, el más valiente y robusto sujeto de
cuantos, no digo Lacedemonios, sino también Griegos, concurrieron a
la jornada de Platea; y la razón de no contarlo es por haber muerto
fuera del combate, pues al tiempo que Pausanias se disponía con los
sacrificios a la pelea, Calícrates sentado sobre sus armas20 fue herido
en el costado con una saeta. Retirado, pues, de las filas, durante la
acción de los Lacedemonios, mostraba con cuánto pesar moría de
aquella herida; y hablando con Arimnesto, natural de Platea, decía que
no sentía morir por la libertad de la Grecia, que sí sentía morir sin
haber dado antes a la Grecia prueba alguna de lo mucho que en tan
apretado lance deseaba servirla.
LXXIII. Entre los Atenienses, el más bravo, según se dice, fue Só-
fanes, hijo de Eutíquides, natural de Decelea. Mencionaré aquí de paso
un suceso que los Atenienses cuentan haber acaecido en cierta ocasión
a los Deceleenses, y que les fue de gran provecho, pues como en tiem-
pos muy anteriores hubieran los Tindaridas invadido el Ática con mu-
cha gente, con la pretensión de recobrar a Helena, obligaban a los
pueblos con esta ocasión a desamparar de miedo sus casas y moradas
por no saber ellos de fijo el lugar donde había sido depositada. Viendo,
pues, entonces los Deceleenses, o como dicen otros, el mismo Deceleo,
lo acaecido, irritados contra Teseo, autor de aquel inicuo rapto, y com-
padecidos del daño que resultaba a todo el país de los Atenienses,
dieron cuenta a los Tindaridas de todo el suceso, conduciéndolos hasta
Afidnas, lugar que les entregó cierto natural de aquella aldea llamado
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Alude en esto al uso militar de los antiguos, quienes formados en sus filas
solían sentarse poniendo sus escudos delante y cubriéndose con ellos.
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