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atamans de los koureni, habían resuelto marchar di-
rectamente contra Polonia, para vengar todas sus
ofensas, la humillación de la religión y de la gloria
cosaca, para recoger botín en las ciudades enemi-
gas, incendiar los villorrios y las mieses, y hacer, en
fin, resonar la estepa con el ruido de sus hechos.
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Todos se armaban. Respecto al kochevoi había cre-
cido un palmo; ya no era el tímido servidor de los
caprichos de un pueblo entregado a la licencia, si-
no un jefe cuyo poder no tenía límites, un déspota
que sólo sabía mandar y hacerse obedecer. Todos
los caballeros camorristas y voluntarios permane-
cían inmóviles en las filas, con la cabeza respetuo-
samente inclinada sobre el pecho, y sin atreverse a
levantar los ojos, mientras el kochevoi distribuía sus
ordenes con lentitud, sin cólera, sin alzar la voz,
como un jefe envejecido en el ejercicio del poder, y
que no ejecuta por primera vez proyectos largo
tiempo meditados.
-Procuren que no les falte nada -les decía- pre-
paren los carros, prueben las armas; no lleven mu-
cha impedimenta: Una camisa y un par de
pantalones para cada cosaco, con un bote de
manteca y de cebada machacada. Que nadie lleve
más de lo dicho. En los bagajes habrá efectos y
provisiones. Que cada cosaco lleve un par de caba-
llos. Es menester tomar también doscientos pares
de bueyes; serán de mucha utilidad en los sitios
pantanosos y para pasar los ríos. Pero sobre todo,
orden, señores, mucho orden. Yo sé que hay gente
entre ustedes que, si Dios les envía botín, se po-
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T A R A S B U L B A
nen a desgarrar las telas de seda para hacerse me-
dias con ellas. Abandonen esta endiablada cos-
tumbre; no se carguen de sayas; tomen solamente
armas, cuando sean buenas, o los ducados y la pla-
ta, pues eso ocupa poco sitio y sirve en todas par-
tes. Todavía me falta decirles una cosa, señores: si
alguno de ustedes se embriaga en la guerra, no le
haré juzgar; le haré arrastrar como un perro hasta
los carros, aunque sea el mejor cosaco del ejército;
y allí será fusilado y abandonado su cuerpo a los
cuervos: un borracho en la guerra no es digno de
sepultura cristiana. Jóvenes, en todas las cosas es-
cuchen a los ancianos. Si una bala les hiere, o reci-
ben un sablazo en la cabeza o en cualquier otra
parte, no den a ello importancia alguna; echen un
cartucho de pólvora en un vaso de aguardiente,
bébanlo de un trago, y todo pasará. Ni siquiera
tendrán fiebre. Y si la herida no es demasiado pro-
funda, después de humedecer en la mano un poco
de tierra con saliva, aplíquenla a ella. Ea, mucha-
chos, manos a la obra aprisa, pero sin atropello.
Así habló el kochevoi, y, concluido su discurso,
todos los cosacos se pusieron a trabajar. Toda la
setch se volvió sobria; no se hubiera podido encon-
trar en ella un solo borracho, como si nunca se
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hubiese hallado uno entre los cosacos. Los unos
reparaban las ruedas o cambiaban los ejes de los
carros; los otros amontonaban armas o sacos de
provisiones, otros conducían los caballos y los
bueyes. En todas partes resonaba el pataleo de las
acémilas, el ruido de los arcabuzazos disparados al
blanco, el choque de los sables contra las espuelas,
los mugidos de los bueyes, el rechinamiento de los
carros cargados, y la voz de los hombres hablando
entre sí o excitando a sus caballos.
Pronto, el tabor23 de los cosacos se extendió en
una larga fila, marchando hacia la llanura. El que,
hubiese querido recorrer de extremo a extremo
toda la línea del convoy hubiera tenido mucho que
correr. En la capilla de madera, el pope24 recitaba la
oración de partida; rociaba a la multitud con agua
bendita, y todos al pasar iban a adorar la cruz.
Cuando el tabor se puso en movimiento alejándose
de la setch, todos los cosacos se volvieron:
-¡Adiós, madre nuestra -decían a una sola voz-
que Dios te guarde de toda desgracia!
Al atravesar el arrabal, Taras Bulba vio a su ju-
dío Yankel que había tenido tiempo de es-
23
Campamento movible, caravana armada.
24
Nombre que dan en Rusia, al sacerdote de rito griego.
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tablecerse en una tienda, y que vendía pedernal,
tornillos, pólvora, y toda clase de útiles para la gue-
rra, hasta pan y khalatchis25.
-¡Diablo de judío! -pensó Taras; y acercándose
a él le dijo: -¿Qué haces aquí, loco? ¿Quieres que se
te mate como a un gorrión?
El judío, por toda respuesta, fue a su en-
cuentro, y haciendo seña con ambas manos, y
como si tuviese algo misterioso que declararle, le
dijo:
-Calle vuestra señoría, y no diga nada a nadie.
Entre los carros del ejército, hay uno que me per-
tenece. Llevo toda clase de provisiones buenas pa-
ra los cosacos, y por el camino, se las venderé a un
precio tan barato, como nunca ningún judío las
haya vendido, ante Dios, ante Dios.
Taras Bulba encogióse de hombros viendo
hasta dónde llegaba el poder de la naturaleza judía,
y se reunió al tabor.
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Panes de candeal puro.
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V
Bien pronto el terror invadió toda la parte su-
deste de Polonia. Por todas partes se oía repetir:
«¡Los zaporogos, los zaporogos llegan» Y todos
los que podían huir, huían abandonando sus hoga-
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