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Las �nicas emociones que recuerdo haber sentido fueron miedo y una especie de verg�enza ajena
por Hal.
Harry y Coffey llegaron al pie de la escalera. Moores dejó de mirar a su esposa y volvió a
levantar la escopeta. M�s tarde nos confesar�a que estaba resuelto a disparar sobre Coffey.
Sospechaba que todos �ramos rehenes y que el cerebro que hab�a organizado aquella operación
estaba en la. furgoneta, acechando entre las sombras. No entend�a por qu� nos hab�an llevado a su
casa, pero supon�a que se trataba de una venganza.
Antes de que pudiera disparar, Harry Terwilliger se interpuso entre �l y Coffey, protegiendo
la mayor parte de su cuerpo. Coffey no lo obligó a hacerlo; Harry lo hizo por propia voluntad.
-�No, alcaide Moores! -exclamó-. �Todo va bien! No hay nadie armado y nadie resultar�
herido. Hemos venido a ayudar.
-�Ayudar? -Moores frunció las cejas gruesas y despeinadas. Sus ojos sacaban chispas y yo
no pod�a desviar la vista del ca�ón de la escopeta-. �Ayudar a qu�? �Ayudar a qui�n?
A modo de respuesta, la voz temblorosa de la mujer volvió a levantar el tono. Sonaba hostil,
furiosa y completamente ida:
-�Ven aqu� y m�temela en el co�o, hijo de puta! Trae a los cabrones de tus amigos. �Deja que
todos tengan su oportunidad!
Mir� a Bruto con el alma en vilo. Sab�a que Melinda maldec�a, que por alguna misteriosa
razón el tumor la hac�a maldecir, pero aquello era demasiado.
-�Qu� hac�is aqu�? -volvió a preguntar Moores, aunque los gritos de su mujer hab�an hecho
desaparecer gran parte de la determinación de su voz-. No lo entiendo. Es una fuga o...
John apartó a Harry, sencillamente lo levantó y lo movió, y subió al portal. Se colocó entre
Bruto y yo, y con su corpulencia estuvo a punto de arrojarnos hacia los lados, sobre los arbustos de
Melly. Moores alzó la vista para seguirlo, como alguien que intenta ver la copa de un �rbol alto. Y
de repente el mundo volvió a su sitio. Aquel esp�ritu de la discordia, que hab�a confundido mis
ideas como unos dedos poderosos mezclando granos de arena o arroz, hab�a desaparecido.
Tambi�n comprend� por qu� Harry hab�a sido capaz de actuar cuando Bruto y yo nos hab�amos
quedado paralizados, desesperados e indecisos, ante nuestro jefe. Harry estaba con John... y quien
quiera que sea el esp�ritu que se opone al otro, al demon�aco, era obvio que esa noche estaba
dentro de John Coffey. Cuando John se acercó al alcaide Moores, fue ese otro esp�ritu -al que
imagino como una criatura blanca- quien se hizo con el control de la situación. La otra criatura no
se retiró, pero sent� cómo retroced�a hacia las sombras, asustado por una luz s�bita y poderosa.
-Quiero ayudar-dijo John Coffey. Moores lo miró boquiabierto y fascinado. Creo que ni
siquiera se enteró de lo que ocurr�a cuando Coffey cogió la escopeta Buntline de sus manos y me
la pasó. Yo baj� el percusor con cuidado. M�s tarde, cuando inspeccion� el cargador, vi que hab�a
estado vac�o todo el tiempo. A veces me pregunto si Hal lo sab�a. Entretanto, Coffey segu�a
murmurando-: He venido a ayudar a la se�ora. Sólo a ayudar. Es lo �nico que quiero.
-�Hal! -gritó Melly en el dormitorio. Su voz sonaba m�s firme, pero tambi�n alarmada, como
si la criatura que nos hab�a asustado hac�a unos instantes se hubiera apoderado de ella-. Diles que
se vayan, quienes quiera que sean. �No queremos vendedores en plena noche! Nada de Electrolux,
de aspiradoras ni de bragas francesas que se meten en la raja. ��chalos! Diles que se vayan a hacer
pu�etas y que se... -Algo se rompió (quiz� un vaso) y Melinda se echó a llorar.
-Sólo quiero ayudar-susurró Coffey. No hizo el menor caso de l
os sollozos de la mujer ni de
sus comentarios obscenos-. Sólo ayudar, jefe. Eso es todo.
-No puedes -dijo Moores-. Nadie puede ayudarla.
Hab�a o�do ese tono antes, y despu�s de un instante de reflexión, record� que de ese mismo
modo hab�a hablado yo la noche en que entr� en la celda de Coffey y �l me curó la infección
urinaria. Estaba hipnotizado. �T� oc�pate de tus asuntos, que yo me ocupar� de los m�os�, le hab�a
dicho a Delacroix... pero fue John Coffey quien se ocupó de mis asuntos, igual que en aquel
momento se t. ocupaba de los de Hal Moores.
-Creemos que puede hacerlo -dijo Bruto-. Y no nos hemos arriesgado a perder nuestros
puestos, y quiz� incluso a ir a la c�rcel, para regresar sin darle una oportunidad.
Aunque lo cierto era que un par de minutos antes yo hab�a estado dispuesto a hacerlo. Y
Bruto tambi�n.
John Coffey se hizo cargo de la situación. Se dirigió a la entrada y pasó junto a Moores, que
sólo hizo un d�bil adem�n con la mano para atajarlo (rozó la cadera de Coffey, pero estoy seguro
de que el gigantón ni se enteró). John cruzó el vest�bulo en dirección a la sala, entró en la cocina y
luego en el dormitorio, donde la voz aguda de Melinda volvió a subir de tono.
-�Fuera de aqu�! �Vete, quienquiera que seas! No estoy vestida. Estoy mostrando l
as tetas y
ventilando el co�o.
John no le hizo caso, siguió andando con resolución, agachando la cabeza para no chocar con
las l�mparas. Su calva marrón brillaba y sus manos se sacud�an a los lados del cuerpo. Al cabo de
un instante todos lo seguimos; yo en primer lugar, Bruto y Hal codo con codo, y Harry detr�s.
Entonces comprend� algo con claridad: el asunto hab�a escapado de nuestras manos y estaba sólo
en las de John.
8
La mujer que ocupaba el dormitorio, reclinada contra el cabezal de la cama y mirando con
los ojos en blanco al gigante que hab�a entrado en su nublado campo de visión, no se parec�a en
absoluto a la Melly Moores que yo conoc�a desde hac�a veinte a�os; ni siquiera se parec�a a la
Melly Moores que Janice y yo hab�amos visitado poco antes de la ejecución de Delacroix. La
mujer de la cama era como una ni�a enferma disfrazada de bruja para la fiesta de Halloween. Su
piel p�lida era una masa arrugada, fruncida encima del ojo derecho, como si intentara hacer un
gui�o. De ese mismo lado, la boca estaba torcida hacia abajo y un diente amarillento sobresal�a por
encima del macilento labio inferior. El pelo le rodeaba el cr�neo como una nube fina e irregular.
La habitación apestaba a los desechos que en circunstancias normales nuestros cuerpos eliminan
con decoro. El orinal que hab�a junto a la cama estaba casi lleno de una sustancia biliosa y
amarillenta. Horrorizado, pens� que hab�amos llegado demasiado tarde. Apenas unos d�as antes,
Melinda era un ser reconocible: a pesar de su enfermedad, segu�a siendo la misma. Desde [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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