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Sin saber más no puedo decirlo. Tal vez los gobernantes teman al pueblo, que se ha
hartado de la guerra. Tal vez todos los ascios sean sólo siervos, y sus amos amenacen
con actuar por sí mismos.
Usted da esperanzas en un momento y al siguiente las arrebata.
Yo no: la historia. ¿Usted ha estado en el frente? Sacudí la cabeza.
Eso está bien. En muchos aspectos, cuanto más ve un hombre la guerra menos la
conoce. ¿Qué ocurre con el pueblo de la Mancomunidad? ¿Está unido detrás del Autarca,
o la guerra lo ha agotado tanto que clama por paz?
Al oír eso me reí, y como un torrente volvió el viejo rencor que me había llevado hacia
Vodalus. ¿Unido? ¿Clamar? Sé, maestro, que usted se ha aislado para fijar la mente en
cuestiones más altas, pero no hubiera pensado que alguien podía conocer tan poco la
tierra donde vive. La guerra la hacen arribistas, mercenarios y jóvenes aspirantes a
aventureros. Cien leguas al sur es apenas un rumor, salvo en la Casa Absoluta.
El maestro Ash frunció los labios. Entonces la Mancomunidad es más fuerte de lo
que hubiera creído. No me extraña que el enemigo esté desesperado.
Si eso es fortaleza, que el Misericordioso nos guarde de la debilidad. Maestro Ash, el
frente puede desmoronarse en cualquier momento. Sería sensato que viniera conmigo a
un lugar más seguro.
Dio la impresión de que no había oído. Si los propios Erebus, Abaia y los demás
entran en la liza, será una lucha nueva. Si entran y cuando entren. Interesante. Pero usted
está cansado. Venga conmigo. Le mostraré su cama y las altas cuestiones que, como dijo
hace un momento, vine aquí a estudiar.
Subimos dos tramos de escalera y entramos a la estancia en la que yo debía de haber
visto luz la noche anterior. Era una amplia cámara de muchas ventanas yocupaba todo el
piso. Había máquinas, pero menos y más pequeñas que las que yo había visto en el
castillo de Calveros, y también había mesas, y papeles, y muchos libros, y cerca del
centro una cama angosta.
Aquí duermo un rato explicó el maestro Ashcuando el trabajo impide que me retire.
No es has tante grande para un hombre de su tamaño, pero creo que le resultará
cómoda.
La noche anterior yo había dormido sobre piedra; realmente, parecía muy atractiva.
Una vez que me mostró dónde aliviarme y lavarme, se fue. Lo último que atisbé de él
antes de que apagara la luz fue la misma sonrisa perfecta que había visto antes.
Un instante después, cuando los ojos se me acostumbraron a la oscuridad, advertí que
del otro lado de las ventanas brillaba un ilimitado resplandor de perla. «Estamos más alto
que las nubes me dije (sonriendo a medias yo también) , o bien unas nubes bajas han
venido avelar la cumbre de esta colina, inadvertidas por mí en la oscuridad pero de algún
modo conocidas de él. Ahora veo las cumbres de esas nubes, sin duda muy altas
cuestiones, como vi las cumbres de las nubes desde los ojos de Tifón.» Y me acosté a
dormir.
XVII - Ragnarok: el invierno final
Parecía extraño despertarse sin un arma aunque, por alguna razón que no sé explicar,
aquélla era la primera mañana que lo sentía. Tras la destrucción de Terminus Est yo
había dormido sin miedo en las ruinas del castillo de Calveros, y sin miedo había viajado
después hacia el norte. La noche anterior había dormido inerme y sobre roca desnuda en
la cima del risco, y quizá sólo porque estaba tan cansado no había tenido miedo.
Ahora pienso que todos esos días, y de hecho todos los días desde que abandonara
Thrax, había estado dejando el gremio atrás y persuadiéndome de que era aquello por lo
que me tomaban quienes se cruzaban conmigo: la especie de aspirante a aventurero que
la noche anterior le había mencionado al maestro Ash. Como torturador, no había
considerado la espada tanto un arma como una herramienta y una insignia de mi oficio.
Ahora, retrospectivamente, se me había convertido en arma, y estaba desarmado.
Pensé en esto mientras yacía de espaldas en el cómodo colchón del maestro Ash, con
las manos debajo de la cabeza. Si me quedaba en las tierras arrasadas por la guerra
tendría que conseguir otra espada, y lo más sensato era tener una, aunque regresase al
sur. La cuestión era: regresar al sur o no. Si permanecía donde estaba, corría el riesgo de
ser arrastrado al combate, donde bien podían matarme. Sin duda Abdiesus, el arconte de
Thrax, había puesto precio a mi cabeza, y era casi seguro que el.
gremio procuraría asesinarme si se enteraba de que me había acercado a Nessus.
Después de vacilar un rato ante la decisión, como hace uno cuando sólo está medio
despierto, recordé a Winnoc y lo que me había dicho de los esclavos de las Peregrinas.
Porque es una desgracia que un cliente se nos muera tras el tormento, en el gremio nos
enseñan muchas artes de curanderos; a mí me parecía saber ya por lo menos tanto como
ellas. Haber curado a la chica aquella de la choza, me había reanimado de inmediato. La
chatelaine Mannea ya tenía de mí buena opinión, y la tendría mejor cuando volviera con el
maestro Ash.
Unos momentos antes, me había inquietado no tener un arma. Ahora ya la tenía: una
decisión y un plan son mejores que una espada, porque en ellos el hombre templa sus
propios filos. Aparté las mantas, notando por primera vez, creo, lo suaves que eran. La
gran estancia estaba fría pero colmada de luz; era casi como si hubiera soles en los
cuatro costados, como si todas las paredes dieran al este. Fui desnudo hasta la ventana
más próxima y vi el ondulante campo de blancura que vagamente había advertido la
noche anterior.
No era una masa de nubes sino un llano de hielo. La ventana no se abría, o en todo
caso yo no sabía resolver el acertijo del mecanismo; pero apoyé la cabeza en el vidrio y
atisbé hacia abajo lo mejor posible. La última Casa se alzaba, como yo había visto, en
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